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Decir sin hablar

En el fluir del sentir, pensar y expresar hay veces que ocurre una contradicción, para muchos casi imperceptible, entre lo que hablamos y realmente creemos, entre lo que sentimos y finalmente contamos, pues la comunicación humana no es sólo palabra, sino la suma de gestos, espacios, tono de voz, silencios, expresiones, posturas corporales y hasta dilataciones de pupila; es la parte no verbal, en la que están contenidos más mensajes de los que creemos



Cada vez que me desplazo a Asturias, especialmente a la zona que linda con Galicia, mi forma de hablar cambia, revistiéndose de una musicalidad para nada propia que, sin embargo, me acerca hacia esos paisanos a quienes admiro. Tan alta estimación se debe a que, entre otras habilidades, poseen una dulzura cantarina no sólo en su expresión verbal, sino también en sus ademanes y posición del cuerpo. Casi todo en ellos es amigable, como si me abrieran sus brazos para acogerme. De ahí que lo de mi acento repentino sea algo inconsciente, un recurso que mi cerebro emocional pone en marcha para favorecer la comunicación. El tono, la velocidad de mi habla y hasta los silencios forman parte de mi mensaje no verbal, una de las formas de comunicación más certeras de entre las casi treinta que empleamos los humanos.

“Hay medios de ser empático sin parecer mecánico”,decía el prestigioso psicólogo humanista estadounidense Carl Rogers; “ya que la comunicación es siempre más rica que los medios, palabras o actos que la traducen, hasta el punto de que no podemos decir más que una cosa a la vez, mientras que podemos sentir simultáneamente múltiples facetas de una misma cosa”; esta cita viene a reconocer el valor de la Comunicación No Verbal (CNV), que según los estudios del psicólogo alemán Albert Mehrabian tiene un peso enorme en el mensaje que interpreta el interlocutor. 

Cuando hay un componente emocional, la palabra representa el 7% en la comunicación, mientras el tono de voz alcanza el 38% y el llamado lenguaje corporal el 55%; es decir, al comunicarme con otra persona, más del 90% de mi mensaje se recibe a través de todo aquello que no es palabra. 



Aunque no hable...

Al hablar, el tono, volumen, velocidad, la pronunciación, el acento, la velocidad y hasta los silencios son lo que se conocen como elementos paralingüísticos de la comunicación, que se suman a los denominados kinésicos como gestos, expresión facial, postura y contacto ocular y también a los factores proxémicos, es decir, todo lo que guarda relación con la distancia física que establecemos con los demás, incluido el espacio interpersonal. 

Este último se ha visto modificado al terminar la cuarentena, dado que la distancia social recomendada de dos metros engloba ahora también a la personal y a la íntima, con anterioridad más próximas, pues oscilaba entre los 46 y 120 centímetros y los 15 y 45 centímetros, respectivamente. Es justo la distancia física uno de los proxémicos que hemos de valorar, tal y como recogen las recomendaciones de la Fundación Vivo Sano (FVS) para una comunicación no verbal empática: “cuida la distancia personal, si estás cerca de la persona puedes guardar una distancia mínima de 50 cm”.



“La comunicación no verbal es muy importante para tener éxito al momento de relacionarnos socialmente”, dice un experto de FVS; “determinados estudios demuestran que el cerebro humano capta primero los estímulos visuales, luego los auditivos y por últimos los verbales, ya que estos requieren de un proceso de codificación más complejo que los primeros”; “por lo tanto” recomienda esta fuente; “es importante cuidar nuestro lenguaje no verbal, ya que puede generar impresiones contrarias en nuestro interlocutor”

Desde el Coaching, te proponemos seguir algunas de las leyes recomendadas por los expertos en comunicación:

  1. Rostro. “Muestra una cara animada y convierte la sonrisa en parte de tu repertorio no verbal” recomienda Allan Pease en su “Diccionario de la Comunicación no verbal”; “asegúrate de lucir bien los dientes”
  2. Cabeza. “Emplea los gestos de asentimiento triples cuando hables y ladea ligeramente la cabeza cuando escuches”, dice Allan Pease; “la barbilla es conveniente mantenerla hacia arriba”.
  3. Mira a tu interlocutor mientras hablas. “Practica el contacto visual hasta el nivel en el que los demás se sientan cómodos”, indica Allan Pease; “a menos que mirar a los demás esté prohibido culturalmente, las personas que miran son más creíbles que las que no lo hacen”
  4. Utiliza las manos para expresarte, evita cruzar los brazos o llevarte las manos al rostro, ya que puedes transmitir inseguridad. “Se trata de ser expresivo, pero sin sobreactuar”, dice el citado experto; “mantén los dedos unidos mientras gesticulas, las manos por debajo del nivel de la barbilla y evita cruzar brazos y pies”
  5. Mantén siempre una postura serena, demuestra que te sientes cómodo y evita mover los pies y las piernas de forma nerviosa. “Cuando escuches, inclínate hacia adelante y mantente erguido mientras hables”, dice Pease.
  6. Territorio. “Acércate si te sientes cómodo y en el caso de que tu interlocutor retroceda, evita adelantarte de nuevo”
  7. Espejo. “Imita ligeramente el lenguaje del cuerpo de los demás”, propone este experto, para facilitar la conexión con nuestro interlocutor.



Comunicación auténtica

¿Cómo podemos mejorar nuestra comunicación desde todo aquello que no es palabra? Te invito a que entrenes una herramienta que solemos tener dentro, aunque quizá un poco oxidada: la autenticidad. ¿Te has fijado en que hay personas que son capaces de trasladar un mensaje ante un auditorio de manera directa, empática y sin nerviosismo? Si les preguntáramos el secreto de su éxito, bien podría ser que siguen un patrón de autenticidad, esto es, que expresan, cuentan y comunican algo en lo que creen, por lo que tanto verbal como no verbalmente su lenguaje se dirige a convencer; “vencer no es convencer” decía el inmortal Miguel de Unamuno; “para convencer es preciso persuadir”. Es precisamente la seducción la parte victoriosa de una comunicación no verbal correcta y empática, en sintonía con la parte hablada.

En este sentido, te propongo un ejercicio para conocer cómo te expresas, al tiempo que te pondrá sobre la pista de lo que realmente te estén diciendo los demás. Necesitas un espejo, preferiblemente de cuerpo entero, donde se reflejen no sólo tus gestos, sino también tu postura, además de papel y lápiz (o tu Diario Coaching) donde anotar tus observaciones.

  • Colócate frente al espejo y observa cómo es tu postura, tu actitud anímica reflejada en tu físico.
  • Ahora imagina, una por una, escenas en las que hayas intervenido y que te hayan producido tristeza, alegría, enfado, frustración, sorpresa, miedo y asco. Haz el proceso emoción por emoción. Te propongo que anotes para cada una todos aquellos detalles que se reflejen en tu físico: postura, gestos, mirada, expresión del rostro.
  • Puedes repartir las distintas emociones a lo largo de varios días, de modo que el segundo día podrás repasar previamente cómo ha sido tu lenguaje no verbal en el ejercicio de la jornada anterior, y así sucesivamente.
  • Te invito a que repitas aquellas emociones que sean para ti relevantes, siendo especialmente sincero, pues se trata de ti mismo.
  • Te invito a que, una vez terminado el proceso, anotes todo lo que hayas averiguado acerca de tu comunicación no verbal.



¡Feliz Comunicación! ¡Feliz Coaching!


Y recuerda que…

  • Nuestros cerebros son capaces de interpretar lo que los demás desean expresar, aunque exista incongruencia entre las palabras y el lenguaje no verbal 
  • La posición del cuerpo, la mirada, la gesticulación con las manos y hasta la sonrisa revelan lo que realmente sentimos, lo comuniquemos o no con la palabra 
  • Para interpretar lo que realmente nos está diciendo la otra persona necesitamos atención plena, salirnos de juicios e interpretaciones previas y escuchar con todos los sentidos 
  • En ocasiones, alzar la voz revela miedo, cruzar los brazos expresa ira, una mirada esquiva puede provenir de la tristeza y una sonrisa forzada falsedad o mentira 
  • Para saber qué nos dicen los demás, podemos entrenarnos ante un espejo, reviviendo escenas en las que hayamos experimentado miedo, tristeza, ira, vergüenza, asco o sorpresa y observar nuestras expresiones 

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