Hay momentos en la vida en los que sentimos algo así como una fuerza que atenaza nuestra garganta, elevando nuestra temperatura corporal y la sensación de ebullición desde nuestro plexo solar, más o menos a la altura del corazón, hasta la coronilla. Suele ocurrir ante situaciones en las que sentimos que se ha cometido una injusticia, particularmente hacia nosotros y lo único que pasa por nuestra mente es el pensamiento, más o menos refinado, de gritar o pegar a alguien. Es la ira, emoción 100% natural pero que, al igual que el resto, hay que aprender a gestionar de forma adecuada. ¿Te suena?
Considerada una de las emociones principales, la ira suele ser secundaria, esto es, camufla o esconde otra emoción primaria que la origina porque la persona no sabe cómo gestionarla. Puede ser tristeza, pero también puede ser el poderoso miedo. No es preciso que se trate de vivir una escena de terror, pues el miedo puede presentarse ante diversos aspectos, en distintas situaciones de nuestra vida: puede existir miedo a realizar una prueba, un examen; puede aparecer al sentir que podemos fracasar, o ante el temor de que alguien deje de querernos; puede, en fin, estar agazapado tras un cambio inminente, que nos saca de nuestra zona de confort.
En cualquier caso, la emoción del miedo puede originar un sentimiento de tristeza, la cual a su vez puede revertir en la histriónica ira, teatral y visible, que puede atemorizar a todos aquellos que se encuentren a nuestro alrededor.
Respirar hondo
Te invito a reflexionar un momento: ¿qué has conseguido tras experimentar uno de esos accesos de ira?; tras gritar a alguien, después de insultar o agredir verbal e incluso físicamente a otra persona, ¿qué sensación te ha quedado?
Casi seguro que la frustración de una victoria pírrica, inservible, puesto que ¿adivinas a quién ha dañado más la ira? Efectivamente: a uno mismo, a aquel que agrede. Pasado un momento, cuando nos baja la temperatura emocional, es cuando nos damos cuenta de que quizá no hemos gestionado nuestras emociones de forma correcta.
Y es que podemos tener razón, pero casi seguro que esto deja de tener importancia si nuestra comunicación no es la debida, si no es la correcta, es decir, que permita transmitir a la otra persona lo que pienso, siento y considero. Cuando gritamos, insultamos y peleamos lo que se muestra es una falta de respeto no sólo a la otra persona, sino también a nosotros mismos.
¿Qué podemos hacer cuando la ira nos asalta? Desde el Coaching os invito a que, ante la subida de calor, cuando notéis la ola del enfado, sencillamente os vayáis “al rincón”, os alejéis un poco de la otra persona, y respiréis hondo, dejando que el aire que entra hasta vuestro estómago agarre ese dolor que provoca el enfado para que podáis expelerlo. Un par de veces más y ya podéis volver a escena. En ese momento os será más fácil expresar vuestra discrepancia sin perder los estribos. Aunque ya sabéis: entrenar, entrenar y entrenar. Para ello podéis empezar con las personas allegadas, pues será más sencillo pedirles disculpas si las “respiraciones” os fallan.
La llave DEPA
¿Qué ocurre si somos nosotros el objeto de la ira de otra persona? Ahora estamos en el otro lado de la escena y alguien furibundo viene hacia nosotros y nos increpa, al tiempo que gesticula, lo que nos hace sentir pequeñitos, ¿verdad?
En tal situación hay una herramienta que suele dar buen resultado, tanto para nosotros como para la persona iracunda. Se trata del DEPA, acrónimo que describe la Descripción, Emoción, Petición y Agradecimiento. En el momento en el que la otra persona manifieste una actitud verbalmente agresiva podemos pasar a la acción; por ejemplo: “Verás Matilde, desde hace una temporada noto cierta tensión entre nosotros, hasta el punto que empezamos a discutir sin llegar a ninguna solución” He aquí la descripción, realizada con un lenguaje lo más neutro posible y sin alusiones directas a la otra persona, evitando así que se ponga a la defensiva, pues invalidaría nuestra estrategia de comunicación. Emoción: “todo esto me hace sentir triste, cansado, sin ganas de continuar con nuestro proyecto” Ante lo que se siente la otra persona no puede objetar nada, aunque no esté de acuerdo. Petición: “te pido que en la medida de lo posible evitemos estas escenas” y Agradecimiento: “gracias”
Enseguida, nos damos media vuelta y nos vamos. ¿Qué hemos conseguido? En primer lugar, algo fundamental como es parar el arrebato iracundo en seco. Después, reafirmarnos y empoderarnos frente a la ira, sin sentir temor alguno y, por último, permitir que la persona enfadada reflexione con respecto a su actitud. Y lo hará, antes o después.
La DEPA puede emplearse una vez, con rapidez y firmeza. Si a pesar de todo la otra persona persiste en su arrebato, quizá la opción sea, siguiendo con el lenguaje neutro que antes apuntaba, manifestarle que no estamos dispuestos a seguir con la conversación, la cual retomaremos cuando se encuentre más tranquilo. Y otra vez, media vuelta y a otra cosa.
Y recuerda que...
- La ira es una emoción secundaria tras la que pueden esconderse la tristeza y el miedo
- Cuando gritamos, insultamos y peleamos lo que se muestra es una falta de respeto no sólo a la otra persona, sino también a nosotros mismos
- El miedo que dispara nuestra ira puede estar agazapado tras la posibilidad de un cambio inminente, que nos saque de nuestra zona de confort
- Podemos tener razón, pero ésta queda invalidada si nuestra comunicación no es la debida, si no permite que expresemos lo que pensamos, creemos y sentimos de forma equilibrada
- Si sentimos ira, en Coaching existe una herramienta que consiste en apartarse de la escena unos minutos y realizar tres respiraciones hondas y pausadas: nos dará tiempo a tranquilizarnos y a gestionar mejor nuestra emoción
- La DEPA (Descripción, Emoción, Petición, Agradecimiento) nos permite plantar cara a la ira de la otra persona, al tiempo que le ayudamos a reflexionar acerca de su actitud en ese momento
Comentarios
Publicar un comentario