Has hecho un buen trabajo. Qué bien se te da cantar. Tienes una facilidad innata para solucionar problemas. Me encanta cómo enfocas las cosas que te pasan. Eres un crack del bricolaje… Son algunas de las fórmulas que utilizamos para reconocer habilidades en los demás, aunque sea algo en lo que no nos prodiguemos tanto como parece. ¿En qué nos beneficia reconocer lo bueno en los demás? ¿Y aceptar el que nos hacen los otros? ¿Practicamos el autorreconocimiento?
Sienta bien, sienta más que bien cuando alguien nos señala el valor de nuestro esfuerzo; ese momento en el que la otra persona nos dice, verbal y gestualmente, que hemos hecho un buen trabajo. Entonces, ¿por qué no lo practicamos más? La dificultad reside tanto en el emisor como en el receptor, ya que, si bien nos cuesta agasajar a los demás mediante el reconocimiento, a nosotros también nos resulta difícil recibir esa forma de gratitud.
En entornos sociológicos consideran que todo está en una falta de costumbre, una especie de herencia cultural que se basa en que no se nos reconoce quizá porque nosotros tampoco reconocemos. De hecho y según un informe sobre el reconocimiento encargado por el grupo Amstel, más del 83% de la población en España opina que su jefe no valora el trabajo bien hecho. Más del 61% de los españoles creen que en la pareja ambos no se reconocen lo importante que son el uno para el otro y casi el 70% de las madres no se sienten valoradas “como se merecen” En redes también se prefiere la queja al reconocimiento, que sólo se expresa en el 22% de los casos ante una acción bien hecha, un trabajo o una cualidad merecida. Desde el Coaching hacemos una pregunta: ¿qué hay detrás?
Por qué no reconocemos
En el ámbito de la psicobiología se habla de que las personas poseemos un sesgo negativo, lo cual se explica por la función más atávica de nuestro cerebro: la supervivencia. Ésta nos lleva a valorar lo negativo frente a lo positivo en una proporción de cinco a uno, es decir, que para neutralizar un concepto negativo necesitaríamos otros cinco positivos, cinco halagos para combatir la crítica que hemos recibido. Según los expertos, tardamos veinte veces más en archivar lo positivo que aquello que no lo es, dado que la respuesta del cerebro a estímulos que no sean positivos es más fuerte.
Pero además está la envidia, emoción de la que ya hemos hablado en este blog, que pone el foco de atención en lo que creemos que nos falta en vez de en lo que tenemos y nos lleva a juzgar o a menospreciar el valor ajeno. Otro factor interesante se centra en la tolerancia a la frustración, esto es, aprender a aceptar lo que no sale adelante y, tal y como dice el psicólogo clínico Miguel Ángel Rizaldos, “reconocer el esfuerzo, aunque el resultado no sea el que esperamos” Estudios como los realizados por los profesores de psicología Emmons y McCullough (hace casi veinte años) en Estados Unidos concluyen que aquellos grupos que mostraron agradecimiento y reconocieron acabaron más felices y con una visión más optimista del futuro, incrementaron su nivel de actividad física y su salud mejoró notablemente.
No obstante, expertos como Rizaldos consideran que “nos parece más inteligente decir lo negativo que lo positivo, aunque el reconocimiento nos acerque más a la felicidad” y el profesor de la universidad de Massachussetts James Averill en su “Atlas semántico de los conceptos emocionales” valora que en el diccionario existe un mayor número de palabras para expresar lo negativo que lo positivo, de modo que si hay un total de 558 términos que describen emociones, tan sólo el 38% corresponden a conceptos positivos.
Aprender a reconocer-nos
En el informe sobre del grupo Amstel se apuntan otras implicaciones psicológicas: “la capacidad de reconocer determina nuestra forma de ver la realidad que nos rodea; lo que no se reconoce se devalúa, se desprecia y deja de existir para nosotros, por lo que lo importante es la acción, hacerlo visible y tangible”.
En la base existe la propia limitación que tenemos para recoger ese reconocimiento de los demás, que inicia un círculo vicioso que nos lleva a no reconocer a los otros y, especialmente a no reconocernos. Desde el Coaching os propongo un entrenamiento. Lo explico: con el reconocimiento ocurre algo similar a lo que con el juicio, sólo que con efecto contrario, es decir, si al juzgarnos también juzgamos a los demás y así sin parar, si nos reconocemos también lo haremos con nuestros amigos, familiares y compañeros de trabajo, pues en la medida en que uno se cuida, también se ocupa de los demás.
Crear el hábito del autorreconocimiento implica darnos cuenta de nuestras fortalezas, cualidades y habilidades. Te propongo que cada vez que lleves a cabo una acción te pares un momento y reflexiones: ¿has realizado un gran esfuerzo? ¿crees que has hecho un buen trabajo? ¿has puesto lo mejor de ti? ¿opinas que obtendrás el resultado esperado? ¿qué pasaría si no fuera así?
Por tu parte, puedes reconocer el valor del trabajo de los demás, el esfuerzo empleado, el tiempo de dedicación o el resultado brillante de su acción. Te propongo que expreses con generosidad ese reconocimiento. El entrenamiento se completa con la escucha activa: cada vez que alguien elogie algo en ti, bien por lo que hayas hecho, bien por las cualidades que te asigne, recréate un momento en ello; entrena tu cerebro para que se acostumbre al elogio sincero y agradece todo lo que puedas. Porque aún hay algo más, un truco que nos permite ver la vida mejor: al reconocer, al agradecer, nuestros cerebros se acostumbran cada vez más a lo positivo. Feliz Coaching
Y recuerda que…
- El reconocimiento por un buen trabajo, una habilidad o una cualidad merecida nos hace percibir la vida en positivo
- Para saber reconocer en los demás hay que saber reconocerse a uno mismo
- Reconocernos nos aporta la fortaleza y la valentía de un superhéroe
- Expresiones como las de ¡Buen trabajo! ¡Bien hecho! o ¡Eres un crack! nos hacen ver el reconocimiento de los demás
- Podemos entrenar el reconocimiento hacia los demás y hacia nosotros mismos
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